Si
quisiera escribir a modo de crónica la experiencia del
concierto del trío MBM creo no sería capaz de trasladar todo
el sentir de lo que ocurrió ayer noche en el evento. Los
estados por los que pasa el espectador son difícilmente expresables,
sería un lamentable error interpretarlos y estropear vuestra propia
experiencia por lo que os invito a que cada cual acuda a un concierto
de estos artistas y experimente lo que no os puedo transmitir. Mi
texto no pretende ser crítica musical, ni siquiera ser objetivo sino
que se escribe directamente desde la subjetividad de mi experiencia
estética y se constituye si acaso en eso, un texto sobre estética,
sin pretensión de realizar un análisis musical de los que hacen
profesionales dedicados a esto, lo cual no es mi caso.
Empezaré
hablando de Althusser para sugerir también brevemente cómo también
su reflexión se puede vincular con el fundamento de esta manera
de hacer arte mediante el jazz y las músicas improvisadas.
Entregado al paroxismo y a la locura, resulta algo extraño este
señor que finaliza sus días ajeno a todo proyecto, acosado por el
diagnóstico de "accesos melancólicos repetitivos"
que le llevan a saborear lo que significa adueñarse de una vida,
arrancándose parte de su intimidad al mismo tiempo que debió
perderse en el laberinto de las explicaciones y el porqué de sus
propios actos. Así podemos hablar de Louis Althusser, abierto a toda
posibilidad, a toda posible otra-realidad.
Se
marchó no sin antes hacernos entrega de su visión particular y
marxista: el materialismo aleatorio que recupera desde sus lecturas
de Epicuro y que se aprecia plasmado en cada acontecimiento de
nuestro día a día, es decir, de lo que llamamos a esta
existencia pseudorganizada y que pretendemos controlar y que
nombramos como ‘realidad’. Cada átomo, cada suceso en su
acontecer provoca una reacción en su encuentro con los demás
generando una nueva consecuencia no dada en sus generadores, es lo
que se da por llamar emergentismo. Dado lo impredecible del suceso
damos con la base de lo que denominó materialismo aleatorio, el
acontecer que lo rige todo…
Este
mismo acontecimiento es lo acaecido sobre el escenario en la
intervención de este trío MBM en un momento y espacio esperado.
Lucía cantando canciones con la percusión, escogiendo
palabras, poetizando el ritmo; Baldo orquestando tónicas,
tensando tiempos, presentando un instrumento tradicional explotándolo
en matices; Antonio como artesano cantor de sonidos imposibles,
coreando con Lucía, conversador infatigable, todos ellos en pleno
dialogo de los que te tocan la fibra solo por estar presente.
Esa es la realidad de lo que sucede y de la que los presentes pueden
hablar. Realidad nunca finalizada precisamente porque su esencia es
ser una experiencia abierta: lo que acontece nunca es lo mismo, entre
otras cosas, el público nunca es el mismo y el espacio y los tiempos
tampoco, así siempre la experiencia es distinta y esta es la clave
del encuentro en el escenario entre los artistas, encuentro que
siempre genera algo nuevo, mucho más que ellos mismos, y desde que
lo recibe el oyente, mucho más de lo que se pretendía generar,
y esto transforma al artista y al propio espectador, y esto ya
sugiere el ámbito de la aplicación sobre el que no entro en
profundidad y que puede interesar más al crítico. Lo explica mejor
Gadamer:
“En toda lectura tiene lugar una aplicación, y el que lee un texto se encuentra también él dentro del mismo conforme al sentido que percibe. Él mismo pertenece también al texto que entiende. Y siempre ocurrirá que la linea de sentido que se demuestra a lo largo de la lectura de un texto acabe abruptamente en una indeterminación abierta”.
Y esta apertura de sentido es lo renovado, lo emergente, lo actual, lo que acontece en la experiencia del espectador que crece con la obra, obra que crece con él incluso después del concierto de manera que no hay escisión objeto-espectador.
Así se producen las músicas improvisadas que realmente no lo son tanto una vez revisado el fenómeno; hay estructura, existe orden, se produce una organización. Hay experiencia, técnica y la confianza de que el hecho se producirá, de que la unión sonora se hará realidad, la improvisación de lo no ocurrido ocurrirá y así la experiencia será ofrecida y al mismo tiempo percibida. Tras el encuentro podremos hablar de aplicación, del orden, de la organización, de la forma regular de todo lo ocurrido, pero será porque ya se ha hecho realidad, ya existirá como elemento material y plástico del que hablar. Así explicamos el mundo, el porvenir aleatorio y solamente descifrable a posteriori. Somos seres que construimos una realidad a posteriori desde pretensiones apriorísticas. Esto pasa en el Jazz, y creo que esto pasa en la vida de cada día.
“En toda lectura tiene lugar una aplicación, y el que lee un texto se encuentra también él dentro del mismo conforme al sentido que percibe. Él mismo pertenece también al texto que entiende. Y siempre ocurrirá que la linea de sentido que se demuestra a lo largo de la lectura de un texto acabe abruptamente en una indeterminación abierta”.
Y esta apertura de sentido es lo renovado, lo emergente, lo actual, lo que acontece en la experiencia del espectador que crece con la obra, obra que crece con él incluso después del concierto de manera que no hay escisión objeto-espectador.
Así se producen las músicas improvisadas que realmente no lo son tanto una vez revisado el fenómeno; hay estructura, existe orden, se produce una organización. Hay experiencia, técnica y la confianza de que el hecho se producirá, de que la unión sonora se hará realidad, la improvisación de lo no ocurrido ocurrirá y así la experiencia será ofrecida y al mismo tiempo percibida. Tras el encuentro podremos hablar de aplicación, del orden, de la organización, de la forma regular de todo lo ocurrido, pero será porque ya se ha hecho realidad, ya existirá como elemento material y plástico del que hablar. Así explicamos el mundo, el porvenir aleatorio y solamente descifrable a posteriori. Somos seres que construimos una realidad a posteriori desde pretensiones apriorísticas. Esto pasa en el Jazz, y creo que esto pasa en la vida de cada día.
Creo que agradecer la tarea del artista nunca es suficiente cuando la recompensa obtenida redunda en crecimiento de la persona. Crecimiento posible a través del arte. Esto sonará raro al 'artista' acostumbrado a tocar, escribir, pintar, modelar, etc, para cubrir gastos; el que es consciente de la obra que hace posiblemente desde la humildad reconocerá que en parte esto es lo justo y que es lo debido a mantenerse en su creencia de manera persistente. Personalmente pienso que lo valorable no es solamente 'hacerlo' sino 'la manera de hacerlo'. Pensar en la ejecución-recepción no es más que un tratamiento monológico y unidireccional; captar el feedback del público en el momento de la ejecución sin duda completa la realización, el acontecer; pensar que uno ejecuta una obra y terminado el concierto ésta sigue creciendo y actuando sin duda es el síntoma de una obra de arte, ¿lo entederán así incluso los propios artistas?