En respuesta a la pregunta del próximo encuentro del laboratorio filosófico EQUÁNIMA que esta vez aborda los aspectos filosóficos del trabajo y la sociedad (desconozco para qué fines) voy a intentar plasmar en este escrito la visión que propondría en el debate del día 26 al que seguramente no asistiré. La pregunta se me antoja enorme y no pretendo ser exhaustivo ya que han corrido ríos de tinta sobre este tema, planteados además por pensadores con mucha más capacidad y experiencia que yo, pero sí que espero reflejar el cuadro actual sobre la situación de un trabajador desde una perspectiva crítica en su lado más negativo y al margen de crisis y demás bendiciones sobre la actividad en la que invertimos cada día de nuestra vida para esbozar algunas sugerencias respecto a la pregunta.
Tal como lo entiendo, si la pregunta ¿por qué se trabaja? apunta hacia la investigación de una razón o una causa, la cuestión ¿para qué se trabaja?, denota la búsqueda de una tendencia hacia justificar la función de dicha actividad. Hablar de función nos obliga a abordar la cuestión como una teleología, como no puede ser de otra manera, ya que el trabajo, como queda dicho y repetido por los autores, apunta a una finalidad, a un objetivo práctico, se orienta al resultado. Preguntar pues por la función del trabajo es una cuestión intrínseca y paralela al objetivo del trabajo mismo.
Según la perspectiva de la pregunta parece plantearse desde una toma de situación. Por ejemplo, preguntar ¿para qué filosofas?, implicaría la perspectiva de un interrogador que habitualmente desarrolla una actividad, quizás un trabajo u otra tarea que no es filosofar; la consulta se hace precisamente porque se torna a lo distinto y de ahí nace la necesidad y la curiosidad de preguntar por ello. Pero en este caso la pregunta parece situarse al otro lado. Quizás se le interrogue al intelectual o al filósofo ¿para qué trabajas?. Obviamente la respuesta que en un primer momento se adivina idéntica para cualquiera, analizando más profundamente y según las repercusiones que provoca dicha actividad, bien podría ser distinta según se consulte a una ama de casa, un obrero de la construcción, un economista, un arquitecto, un diseñador, un sociólogo, un político o hasta un religioso. Que las actividades intelectuales, para su desgracia posiblemente, hayan alcanzado cierto valor y respetabilidad laboral también como valor de cambio, ha sido la consecuencia de la política de mercado a la que se han visto sometidas las distintas esferas sociales y que han alcanzado también a los ámbitos culturales e intelectuales. Se impone el mercado y la obligación de crear un valor de cambio para poder subsistir en el ámbito de consumo y éste creo que es el panorama principal al margen del tipo de actividad desarrollada y donde el tiempo creo que es la principal constante que habría que analizar en caso de tener intención de realizar modificaciones para la mejora del ser humano al menos a corto plazo.
Al margen de la especialidad o del experto, lo que principalmente se compra es el tiempo, el valor actual más cotizado según yo lo veo. El presentismo en las empresas es la consecuencia más inmediata. En un primer momento no importa tanto la productividad como la obligatoriedad de mantener el tiempo de la jornada. Más tarde se pedirá al empleado que entregue más que su tiempo, su actitud, su entrega incondicional disfrazada de imagen corporativa y mediante formaciones, cursos, coaching empresarial, tirando de toda ciencia que pueda ponerse al servicio de la empresa y su objetivo ya sea la psicología o las recientes opciones de la nueva era. Espero que la filosofía sepa mantenerse al margen, estoy de acuerdo con Adela Cortina cuando explica que la filosofía no se inclina a cuestiones prácticas sino más bien abstractas y sin finalidad. Lo que es claro es que la empresa compra tiempo del trabajador no sólo como obrero que desarolla una actividad sino también como 'actor'. El empleado desarrolla su faceta más trágica y teatral durante interminables horas diarias hasta el punto de crearle hábito y muchas veces no saber diferenciar quién es y qué parte de su existencia es realmente su vida y su realidad. De este modo el mercado acaba creando una gran empresa de un país que termina olvidando al ciudadano, al ser humano a pesar de recordar desde sus apéndices más siniestros: los departamentos de recursos humanos, que no se olvidan de sus empleados y sus vidas fuera de la empresa, como la utópica conciliación familiar, supuestamente siempre llenos de buena intención, estrategia una vez más de captación para la secta empresarial y sus fines.
También se hace necesario diferenciar los tipos principales de trabajo a los que nos vemos sometidos a diario y que creo que básicamente son el trabajo doméstico que engloba variadas tareas personales mayormente y que finalmente de manera sutil resultan ser tiempo comprado por la circunstancia y el entorno y el trabajo de tiempo comprado, según esta perspectiva que planteo y que es el que habitualmente conocemos para desarrollar cierta ganancia/producción sea por cuenta ajena o particular.
La magia del tiempo comprado es que nos ha liberado a todos. Ha conseguido liberar al antiguo esclavo de las tareas domésticas que permitían al dueño dedicarse a menesteres intelectuales u otras tareas no laborales. De este modo ahora toda persona es igual a las demás para el mercado. Cualquiera vale para vender su tiempo además de su especialización. En resumen, y como principal objeto, el mercado puede comprar a la persona, la cual siempre tiene valor de cambio. Al menos así se lo plantea tácticamente. A la persona que quiere permanecer fiel a sí misma y a ciertos valores ajenos a los fines de la empresa, normalmente se la expulsa del terreno de juego laboral. Por esto se hace necesario mantener a flor de piel las dotes de dramatización, de actor social, buen trabajador, buena actitud, buen compañero, buenos resultados y desmontar este escenario conlleva acabar tildado de negativo, de falto de ambición, de desmotivado y de estar en deuda con el resto que empuja la nave empresarial. En definitiva es expulsado de la polis empresarial siendo apartado al final de las filas. Normalmente basta una sola oportunidad para acabar siendo abandonado y sin ningún interés, nunca se le volverá a adjudicar nada importante. A partir de ahí da lo mismo que permanezca tu cuerpo allí o en tu particular balneario mental, ahora tu valor de cambio se traducirá principalmente en presentismo, acabar tu jornada diaria como sea y prácticamente sin posibilidad de inserción. El fin es el destierro y la bienvenida a las puertas del INEM. Es una forma sutil y refinada de mantener encubierto un sistema de esclavos donde al oprimido, al actor, se le impele a ser más y mejor, y donde se filtra a unos de otros, donde se rescata a una élite, con fecha de caducidad por cierto, a los 'mejores' que son los que entregan más de lo que se les pide, los que se someten al programa empresarial y que de cualquier manera nunca terminan de ser bien pagados conforme al estado general de valores de las cosas.
Desde otro prisma, socialmente el trabajo se trata de un encuentro de personas a los que te tienes que dar y que de manera voluntaria posiblemente nunca hubieras elegido, lo cual genera ambientes tensos y de poca comprensión entre las personas. Muchas veces los propios grupos de trabajadores pueden ser más terribles que el hecho de invertir tu tiempo cada día en desarrollar tu actividad.
Psicológicamente el trabajo, si quizás tuviera un valor positivo sobre la personalidad, incluso en una actividad que agrada, termina por mellar todo espíritu, aburrido de rutinas, negado a toda creatividad y estresado de mantener inflexiblemente este ritmo durante demasiado tiempo. Entonces es que el trabajador está enfermo, cuando posiblemente esté en su momento más lúcido al darse cuenta de que su vida se desmorona y entiende cuál es la verdadera causa. El actor abandona su papel por ciertos momentos. El principio de la libertad, de lo natural en el hombre es lo enfermo para el mundo de la empresa. El sano empresarial termina olvidando quién es realmente, cuál es su vida real y cuáles son las cosas realmente importantes del hombre y como resultado termina por no saber vivir de otro modo. El papel usurpa al actor.
Si el trabajo debía liberar a las personas, liberar su tiempo, más aún con la irrupción de las máquinas, ha terminado por convertirlas en meros apéndices de la maquinaria de mercado. El trabajo ya debiera haber reinventado la manera humana de trabajar. Pero tras el trabajo está el poder, el poder sobre las personas a las que se les recuerda lo afortunadas que son por formar parte de este mecanismo y a las que se les obliga a mantener una actitud positiva sobre una situación no-natural que les coacciona a vender más tiempo del necesario y a actuar forzadamente bajo la ética de la empresa.
En definitiva, se trabaja para comprar sueños, comprar tiempos de vida ridículos, espacios y lugares imposibles de obtener a no ser que dispusieras de tu tiempo vital a tu entera disposición.
Sí, compañeros, se trabaja para olvidarse de sí mismo, olvidar lo básico, negar lo familiar, dividir al ser humano diseccionándolo hasta que una parte consume a la otra. Se trabaja para asentir cuando te dicen que puedes comprar y poseer y 'vivir' la vida que te han elegido y que necesitan que mantengas para asegurar los circuitos de consumo. Ofrecerte cierto tipo de vida es el mejor aliciente que te pueden proponer. El mejor sustituto de la religión para el poder sobre el hombre. La historia del hombre (masculina) ha conseguido trasladar a su propio mundo a la mujer que esperaba liberarse, ahora esclavizada junto al hombre en pos de una hipoteca.
Se trabaja para olvidar que vivimos en un sistema que nos recuerda lo pésimo de la imaginación y la intención del ser humano. De lo mal que sabe hacer las cosas cuando quiere y del triunfo del egoísmo de unos pocos sobre muchos.
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