miércoles, 24 de julio de 2013

'Cómo (no) juzgar: la crítica estética y la imposibilidad del juicio' Christoph Menke


La conferencia de Christoph Menke, profesor de Filosofía Práctica en la Universidad Goethe de Fráncfort del Meno, se orienta hacia la cuestión de una crítica no centrada sobre el hecho sino sobre el propio acto de juzgar la obra, acto que como pasa a explicar, si se vuelve sobre sí mismo también lo hace contra sí mismo.
Se debe distinguir entre la cuestión 'sobre el juicio estético' y la cuestión 'sobre los criterios del juicio estético'. Comienza planteando preguntas generales como ¿hay algún criterio específico para los juicios estéticos? ¿pueden ser compartidos además universalmente? ¿tratamos con proyecciones meramente subjetivas de preferencias de gustos personales? Sin embargo este tipo de preguntas ya presuponen haber resuelto otras anteriormente como ¿qué papel tiene el juicio en el campo de la estética? ¿qué es lo que sucede cuando se realizan esta clase de juicios? ¿por qué juzgamos los objetos estéticos? No podemos partir de la cuestión específica de 'los juicios estéticos' y luego pasar a investigar los criterios sobre los que debieron haber sido ya fundamentados, explica el autor. Por tanto la cuestión principal debe tratar sobre el 'juicio estético', tema paradójico que expone en cuatro fases:

  1. Qué se entiende por juicio.
  2. La propia 'critica estética' es realización y cuestionamiento del juicio al mismo tiempo.
  3. Qué implica para una obra de arte el hecho de que sea posible juzgarla.
  4. Conclusiones sobre su práctica y difusión de la crítica de arte.

1. El juicio

El autor hace mención de la obra de Hannah Arendt Conferencias sobre filosofía práctica de Kant y expone una definición de lo que entiende por 'juicio',  juzgar significa establecer una distinción de un tipo peculiar: una distinción normativa, de valor. Al juzgar no distinguimos simplemente entre tipos de objetos; al juzgar establecemos una distinción que se refiere a la relación o la actitud que adoptamos ante algo. Los juicios normativos ponen de manifiesto en qué relación se encuentran los objetos con nosotros, los sujetos. Por un lado podemos hablar de un objeto sobre nuestro agrado o desagrado sobre él y sobre este criterio establecer un criterio que pretendemos sea de validez general. Este juicio por tanto pone de manifiesto la 'actitud' del sujeto respecto al objeto, pero también por otro lado, esta clase de juicios son referencia sobre cómo implicarse en el futuro con dichos objetos perfilando un binomio de decisiones: las acciones o comportamientos a evitar o preferir respecto a la presencia de estos objetos. De algún modo y como tercer factor, estos juicios reclaman compromiso (al menos lo pretenden) apelando al consenso de otros, aspecto sobre el significado social de los juicios. Según explica Christoph, los juicios no son informes que un sujeto suministra sobre su actitud respecto a un objeto. Los juicios poseen una fuerza ejecutiva: al juzgar, determino el estatuto público de un objeto, configuro posibilidades futuras de acción, mías y de otros, con respecto a un objeto. Gracias a los juicios, así entendidos como 'autogobierno' es posible no solamente vivir sino conducir nuestra vida. Esto en lo que respecta a la práctica normativa en su faceta social. Sin embargo, explica el autor, esto no sucede del mismo modo en el campo estético el cual no queda establecido por los juicios. Aunque se emiten juicios, éstos no son el factor determinante sea por su ausencia o por su diferencia respecto a los juicios habituales. La diferencia respecto a éstos se produce no por la realización del juicio sino por el cuestionamiento de dicho juicio: la práctica estética de juzgar es la práctica paradójica del autocuestionamiento del juicio.

2. Crítica estética

Se puede llamar 'crítica estética' a toda actividad descriptiva o analítica que conduce a un juicio de lo bello o lo feo, lo sublime o lo banal de un objeto particular de la naturaleza, o a un juicio del éxito o el fracaso, la perfección o las carencias de un objeto artístico en particular. Lo que es clave en el juicio estético no es el hecho de juzgar, el acto judicativo, sino la posibilidad y la manera de comprender este proceso de juzgar, cómo se realiza el juicio, por lo que Christoph explica la crítica estética no como juicio acerca de algo estético sino como el juicio que se realiza estéticamente.
De este modo se dan dos lecturas de la crítica del juicio estético: la que se realiza mediante el tipo estético de juicio, (es decir el juicio de asuntos estéticos) y la crítica que se dirige hacia el juicio mismo. La razón de esta autorreflexividad sobre su actividad judicativa se debe precisamente al carácter particular estético del objeto sobre el que se lleva a cabo la tarea del juicio. El autor pone su definición en relación a la expresión de Hegel 'el arte [entendido estéticamente] aún no contiene el verdadero y propio yo'. La ley de lo estético es la ley del 'aún no', del sujeto racional y autoconsciente aún no alcanzado. El arte no es consciente de sí plenamente, o como se explica esto mismo desde Adorno, el arte consiste en hacer cosas que uno no sabe hacer (o mejor se definiría, cosas de las que uno es incapaz aún de comprender o dar cuenta). Entonces según este planteamiento estamos tratando sobre una 'deficiencia estética' en el momento del proceso creador donde el sujeto queda al margen en un acto incapaz de conocerse o de afirmarse, dice el autor, su acción de crear no es objeto de conocimiento, ni contenido de su autoafirmación, aspecto que muestra la escisión entre el hacer y el conocer en las artes. Esta deficiencia define precisamente el carácter de la realización del arte en cuanto estético. El arte no se basa en el conocer y se trata de un 'hacer antes' y más allá del conocimiento, acto o hacer 'oscuro' según diría Baumgarten.

Otra explicación habla sobre lo particular representativo de un proceso que denominemos como 'estético'. Dado que un proceso estético de crear una representación nunca contendrá al sujeto autoconsciente, este proceso debe basarse en el despliegue de impulsos -fuerzas- 'inconscientes'. Paradójicamente estos mismos impulsos contienen en sí no solamente la producción y efecto de su fuerza sino que también disuelven lo producido volviéndose contra sus propios productos. La idea de impulso estético se refiere por tanto a un proceso infinito de producir y disolver lo que se ha producido, según dice Christoph, donde se producen efectos momentáneos que no permiten protección sobre la disolución de sus productos y que se revisten mientras existen de una especie de evidencia que es promesa de 'revelación'. Los objetos estéticos así contemplados como procesos estéticos no se basan en un sujeto autoconsciente sino en impulsos inconscientes que no permiten un juicio de objeto estético sin que haya participación al mismo tiempo: el juicio sobre un objeto es en parte una operación dentro de un proceso estético. Es decir, los propios impulsos son parte constituyente del proceso judicativo, 'percepción' estética o 'impresión súbita', según Jean-Baptiste Dubos, capaz de reconocer y juzgar el estado de un objeto antes de todo examen. Si la filosofía racionalista pretendía un 'método' de juzgar con garantía de validez, Dubos rechaza este método exponiendo la prioridad de una sensibilidad cuyo juzgar surge de improviso. Esto no implica tampoco un completo aval que me aporte absoluta garantía. Se cuestiona en la crítica estética la posibilidad de que yo pueda ser un fundamento de validez judicativa para mí mismo precisamente por cuestionar que pueda existir tal fundamento en absoluto, ya que se encuentra más allá del control del sujeto y del conocimiento.
El acto estético del juicio es un aspecto, una operación dentro del proceso de impulsos sensibles que nunca serán un producto del propio sujeto. Mientras, por otra parte, el sujeto se distancia del juego del impulso sensible para convertirlo en objeto, el sujeto 'rompe con' el proceso estético. La crítica estética es la realización de una infinita diferencia: la que se da entre el juicio como expresión de un impulso sensible y las razones por las que el sujeto intenta garantizar su validez. Más que reconciliar, la crítica estética fomenta la diferencia que se produce entre el juicio como impulso estético y al mismo tiempo como resultado de un procedimiento racional. El juicio estético desarrolla la contradicción, no la resuelve, explica el autor, es crítica de la percepción sensible mediante la reflexión racional (ya que la percepción sensible siempre es prematura) y crítica de la racionalidad que reflexiona sobre el juicio mediante la percepción estética (ya que la reflexión racional siempre lleva demasiado tiempo) y que habla de la aporía de juzgar.
El objetivo de la crítica estética no es terminar con el juicio, según expresión de Deleuze, es decir ejecutar un juicio sobre un juicio sino mostrar lo irresoluble de su estructura para resolver la contradicción que encierra.

3. Cómo (no) juzgar una obra de arte: Neo Rauch, Amt

Amt, Neo Rauch
La normatividad que sostiene la crítica estética es una normatividad de segundo orden. Si en un primer momento la crítica estética mantiene la bondad de la actividad del juicio como garante interno sobre lo bueno o malo de un objeto, lo cierto es que se plantea la cuestión sobre si realmente se puede o no juzgar un objeto. Esto no habla de una decisión arbitraria sino más bien de la implicación del sujeto con el objeto lo cual depende a su vez del objeto; este aspecto expone no solamente la bondad de la tarea del juicio sino la bondad que recae también sobre el objeto estético a juzgar. Y esto indica que la validez de un objeto estético no consiste en otra cosa que en hacer posible su crítica estética, versión tautológica que puede definirse así: es bueno todo objeto que pueda convertirse en objeto de un juicio estético sobre si es bueno o malo.
Pasa Christoph a realizar una crítica sobre el cuadro Amt de Rauch del que estima que nunca consigue la declarada 'impresión de secreto' de la que se suele hablar: no hay nada sobre lo que preguntarse, nada de lo que sorprenderse, nada que pensar.

4. El gusto estético es un gusto reciente: dos conclusiones

Sobre la expresión de Adorno, el conferenciante determina que siendo el gusto la facultad del juicio estético es capaz de reaccionar contra sí mismo. La facultad de juicio estético no tolera su propio juicio, debido a que la actividad del juicio en términos de correcto o incorrecto implica creer saber que realmente uno está en lo cierto y además uno llegado el momento lo argumenta. Contra esta convicción es contra lo que reacciona el gusto. Esta autorreflexividad del gusto es un 'acto de conciencia estética'. El gusto sabe que él mismo no es, en cuanto facultad estética, una facultad de la subjetividad autónoma; es decir, que no es una facultad que pueda garantizar el éxito de sus actos de juzgar. Más bien es una 'reacción de los nervios', la expresión de una sensación, dice. Un juicio negativo, como el del cuadro de Rauch, no estaba basado en la incapacidad del cuadro para satisfacer algún criterio estético sino más bien en el hecho de que no es susceptible de juicio estético en absoluto. Como explica Christoph, se trata de la incapacidad de la obra para poner en marcha el rechazo de quien juzgue por sí mismo, por su propio juicio o gusto, es decir, de considerar el objeto no como cosa sino como capaz de originar las fuerzas reactivas del sujeto que emite un juicio hasta el punto de situarse como intolerable para sí mismo. La experiencia estética debe hacer reaccionar los 'nervios' del sujeto contra sí mismo, lo estéticamente malo deja al sujeto en perfecto acuerdo consigo mismo.

La otra conclusión trata sobre la pregunta por la comunidad y la forma social del juicio. Diedrich Diederichsen en Texte zur Kunst describe la tensión entre dos actitudes sobre la crítica estética: la de la exclusión hostil mediante la última palabra sobre un tema y la inclusión social que, examinando lenguaje y realidad social literal, intenta ser hospitalaria, actitudes ambas necesarias, según explica Diederichsen, bajo las definiciones de juicio fuerte y juicio reflexivo. Concluye que ambas posiciones deben unificarse en una síntesis dependiendo de cómo entendamos las dos en relación entre la una y la otra.

La primera descripción de esta relación la considera como dialéctica: realizar una afirmación del juicio es, por un lado, un acto de alegre hostilidad porque va dirigido contra otros juicios que se le oponen. Además contiene el carácter de conclusivo ya que determina los futuros juicios o acciones. A su vez en busca de una base para ese juicio común éste mantiene una actitud reflexiva donde el juicio no se da como algo espontáneo sino de manera progresiva y gradual y en donde la validez también pasa por la reflexión del sujeto del juicio: se comparan juicios con otros juicios esperando no tanto que sean reales sino más bien 'posibles'. Así se dan ambas actitudes del juicio: la enérgica y la reflexiva que aspiran a la verdad donde se provoca la discusión y la equivocación y donde se da la necesidad de contar con una base justificadora, mediante la reflexión y que obligue a tomar en cuenta el punto de vista de los demás.

La segunda descripción no la ve como una relación dialéctica sino como una 'aporia'. Se trata de la versión de Adorno comentada anteriormente en este texto sobre el rechazo del gusto por sí mismo. Esta aporía cuestiona realmente el juicio como 'afirmación justificada', es decir, sobre la sensación, pasión o pathos. Lo aporético del rechazo del gusto a sí mismo es lo que proporciona una nueva imagen de la comunidad o la sociedad: asentiremos en aquello a lo que asentimos al juzgar o en la búsqueda compartida de ese contenido que pueda soportar los pros y los contras de los diversos aspectos y argumentos. También este tipo de juicio estético-aporético persigue el 'acuerdo' y por tanto la comunidad, pero una comunidad no del contenido del juicio sino de la manera de juzgar. La comunidad estética es una comunidad de sujetos que juzgan con reticencia, que juzgan con rechazo.

jueves, 4 de julio de 2013

'Sobre la transformación afectiva del juicio estético' Christiane Voss

La cineasta y profesora de filosofía Christiane Voss expone su ponencia en tres partes: la primera sobre el uso de las teorías estéticas filosóficas que plantean el tema del juicio como eje central, la experiencia estética donde las dimensiones afectivas del juicio estético fundan su propio valor estético. La segunda parte sobre el traslado de las teorías filosóficas hacia la exploración de los afectos posicionándose la autora contra el prejuicio epistemológico de que las formas de comprensión de un objeto o estado implica abandonar toda indagación estética. La tercera parte analizará desde dos registros afectivos como son la vergüenza y la repugnancia sus analogías hacia formas estéticas y no estéticas de la percepción y del juicio desde donde se hará patente que el arte no agota su potencial estético al provocar la reflexividad del propio planteamiento estético.

1. Sobre el uso de la estética de la experiencia

Comienza preguntando Christiane ¿qué es lo que constituye exactamente el dominio de objetos que supuestamente puede ser subsumido bajo la etiqueta de 'arte contemporáneo'?
además se pregunta cuál es el juicio y de quién que se supondría como paradigma para una teoría general al respecto, preguntas retóricas, dice, cuyas respuestas están dadas de antemano: por un lado medios y formas comparten en común su presencia en el mercado en cierto momento dado; por otro no existe un juicio estético en concreto que sirva para generalizar ya que no existen razones legítimas para ello. La estética filosófica no aspira a una tarea clasificatoria de las obras de arte o géneros sino a la descripción y explicación de los juicios estéticos y sus objetos desde sus condiciones y prácticas en sus aspectos formales, explica, distinguiendo de entre ellas formas estéticas y no-estéticas en la actividad del juicio que puedan supeditarse a construcciones lingüísticas dependiendo la descripción del objeto o quizás bajo estados como el de ensimismamiento o el de juego de la imaginación y cambios afectivos que como dice la autora son partes integrales de la actitud estética hacia el arte como tal.
El manifestarlos como juicios inherentemente corpóreos nos obliga a situarlos en una clase aparte. Tras La Crítica del discernimiento  o Crítica de la Facultad de juzgar de Kant la estética filosófica se ha orientado hacia las percepciones e interpretaciones donde como eje central se sitúa el placer, la sensación placentera donde las facultades del conocimiento se hayan desvinculadas de toda finalidad. Este desinterés produce un nuevo sujeto, un sujeto diferente en referencia a la subjetividad como tal. Este elemento que se traduce en componente somático termina por determinar el valor de lo estético aunque no todo impulso placentero asume esta función. Precisa de estar conformado de manera estética y estetizante y además dentro del marco social, cumpla como condición que esta atribución pueda ser compartible a todo sujeto que juzgue, es decir, su posibilidad común. Reconociendo así la posibilidad de errores de juicio supuestamente estéticos a causa de proyecciones y deseos psicológicos-subjetivos se abre la posibilidad de la contingencia de los fenómenos estéticos para la percepción y la experiencia estética dada la importancia central de la percepción individual, noción kantiana que podemos invertir desde la perspectiva del objeto estético, donde el propio objeto reclama para sí en su estructura lo que la autora llama el gesto de referirse a alguien elemento que es propio de la obra de arte como tal y que apela de un modo puramente formal y normativo a la posición vacía de un receptor que adopta una actitud de escrutinio hacia su aparición no siendo así únicamente meras referencias placenteras como sugería la tradición kantiana o como dice Christiane ellas mismas producen también referencias promiscuas que pueden ser ocupadas, en momentos diversos, por sujetos empíricos muy distintos.
De forma manifiesta se aprecia esta cuestión en performances como Grope and Grab Cinema de Valie Export donde un desorientado espectador deambula entre la violencia, el placer y la vergüenza más allá de un simple deleite. El gesto de referirse al sujeto mantiene su fuerza precisamente en que es el propio sujeto quien tiene que decidir lo que es indecidible, por ejemplo, adoptar una actitud estética o una actitud ética reflexiva.
Las teorías de estética filosófica se caracterizan en dos intuiciones elementales: la autonomía normativa junto con la imposibilidad de reducción del fenómeno estético como forma de acceder al mundo y por otro lado la necesariedad de la relación sujeto-objeto. Según esto, sigue la autora, lo estético no es demostrado desde su materialidad o por la significatividad de la obra de arte ni tampoco por la experiencia subjetiva: lo importante es liberar los vínculos con el mundo y la autorreflexividad del afecto del régimen de la disponibilidad racional-propositiva. La experiencia estética revoluciona el espacio que llena a través de la percepción transformando a su vez a la propia obra en un constructo sinestésico de significado apartando todo propósito y referencia empírica al mundo circundante dejándolos en segundo plano lo cual es rasgo de su autonomía y diferencia estéticas. Concluye la autora que en esta clase de experiencia estética no se pretende la clasificación lógica del discurso estético sino el desplazamiento afectivo de la forma asumida por el juicio dentro del fenómeno de la experiencia estética.

2. Transición a la teoría de las emociones: sobre la revisión del prejuicio epistémico y la estructura judicativa implícita de los afectos.

La estética de Kant define la estimulación emotiva en el contacto con un objeto con la categoría de placer reflexivo; los objetos nos afectan física y mentalmente y la imagen del mundo queda transformada bajo su influencia. La valoración respecto a ellos condiciona la evolución en desarrollo de nuestra afectividad que al ser argumentada mediante la crítica, la estructura del juicio palpable que podemos determinar como emociones, más allá de determinarse como meras sensaciones corporales llegan a alcanzar su status de estado afectivo cognitivo. Por ejemplo, ¿cómo saber qué emoción es apropiada según que situación? Necesitaremos paradigmas culturales aprendidos mediante la socialización, lo cual expresa la contingente adscripción de una emoción a la circunstancia donde se produce dependiendo de factores culturales, históricos e incluso biográficos individuales. Con Freud aprendimos que el inconsciente mantenía la estructura afectiva de manera velada y en funcionamiento lo cual mantenía circunstancialmente al sujeto sumido en un autoengaño sobre sí mismo. Esto invitaba a terceros a mantenerse como espectadores legítimos más allá del propio individuo en las cuestiones sobre sí mismo. Incluso propone la descomposición en elementos más básicos de la culpabilidad disolviendo ésta como recurso de ahorro energético psíquico y donde ya no cabe la disculpa, lo cual muestra que los propios estados emotivos también cambian al perder sus componentes su vinculo causal. Ante este juego entre componentes emocionales y judicativos que relacionamos con las propias emociones, Christiane propone que lo necesario para establecer una unidad emocional entre cambios cognitivos y físicos de distinto tipo dentro de una situación dada es el propio acto relevante de adscribir una emoción ya que en este tipo de adscripciones clasificamos distintos sentimientos, juicios y sentimientos prácticos a los que asignamos un mismo contexto narrativo de significación. Este carácter narrativo de la emoción trata sobre las constantes físicas (la alteración de latidos del corazón o incluso el impulso de huir dentro de una situación amenazante) que son parte de la gramática que interpretamos en estos rasgos físicos que así adquieren significación semiótica. Cada emoción se define con su centro narrativo representable mediante el componente judicativo. Que no percibamos estas narratividades como papel central en la construcción de emociones se debe generalmente a la rapidez con que conectamos sentimientos y situaciones en las que nos situamos. Los actos de adscripción son elemento central donde la unidad interna de las emociones se constituye al efectuar la interpretación narrativa al mismo tiempo que se tiene constancia de los cambios físicos y mentales. De este modo y según cada circunstancia adaptamos nuestra adscripción según los modelos aprendidos en la socialización que nos permite evaluar y clasificar cada experiencia ahora descontextualizada de sus funciones habituales y cotidianas. Esta absorción afectiva de los media y de las representaciones artísticas mediante contagio, reconocimiento y adscripción pueden afectarnos directamente a nosotros cerrando el círculo de intercambio recíproco solapando las cualidades de sujeto y objeto, algo que la tradición kantiana no admitiría donde el placer desinteresado y lo trascendental del sujeto general como requisitos fundamentales de la libertad de la experiencia estética choca con la valoración del bienestar subjetivo particular, a pesar de que esta última es el centro de toda afectividad. Es claro que ante representaciones ficticias el sujeto es capaz de distinguir entre realidad estética y realidad empírica y durante el trascurso de la representación no interfieren ni invaden el espacio donde se está representando violencia o brutalidad lo cual significa que es capaz de sentir placer ante situaciones pseudoamenazantes sin huir de ellas. Esto tiene mucho que ver con la operación de suspensión o puesta entre paréntesis (suspensión de la incredulidad dice la autora) de los supuestos relativos a la verdad que se presentan como ficciones a los cuales reaccionamos bajo un comportamiento como si fueran verdaderos. Dice Christiane que realmente lo que se pone entre paréntesis es la referencia final que reconduce nuestros estímulos emotivos estéticos a los intereses empírico-subjetivos es decir, la causa que llevaría a nuestro organismo a reaccionar frente a un objeto o situación que determináramos como totalmente real. Esto nos permite el disfrute de las performance repulsivas o avergonzantes al quedar los componentes cognitivos y emocionales atenuados participando del evento y trascendiendo nuestra subjetividad.

3. Repugnancia y vergüenza en la vida cotidiana vs. en la estética

Repugnancia y vergüenza son emociones intensas difíciles de evadir que permiten apreciar desde sus narrativas cómo los efectos de subjetivación se tornan en efectos de de-subjetivación y viceversa. La vergüenza pone en funcionamiento el mecanismo de defensa donde el yo quiere desaparecer, mientras que la repugnancia es también una reacción defensiva contra una influencia externa inmediata de manera que bajo la estela judicativa se produce una negación drástica de objetos. No obstante estas 'narrativas de disgusto' se han revalorizado en la transición de la estética tradicional de lo bello a la 'anti-estética'. Esta estética de shock y ruptura bien puede partir desde 1980 en Austria y el surgimiento del Anti-Heimatroman con la novela anti-kitsch de Thomas Bernhard o Josef Winkler; los filmes de Michael Haneke o las instalaciones y performances de Hermann Nitsch. En los 90 continúa la línea con lo que es conocido como 'arte abyecto' donde se dan las fotografías de cadáveres de Cindy Sherman como ejemplo paradigmático. No obstante estas obras no quedan bajo un encuadre de época determinada o medio artístico al uso. En defensa de su estatuto teórico el propio Nietzsche o Sartre explican la potencialidad de la repugnancia hasta el punto de convertirse en el sentimiento existencial dominante al que se atribuye una potencia cognitiva cada vez más distinguida y crítica al disgusto. Incluso la vida es vista bajo el prisma de la repugnancia y más allá repugnancia a uno mismo desde el momento en que todo contacto con el mundo circundante resulta ser contaminante motivando de esta manera la exclusión indiferenciada [de todo].
El propósito del arte abyecto no es rebasar los límites de la lógica de la repugnancia y en su visión no es lo repugnante el tema central sino más bien las dimensiones relegadas a la invisibilidad. Si bien su presencia provoca la reacción causa y efecto de estas emociones negadoras el arte abyecto juega en el ámbito del riesgo comunicativo, donde el intercambio entre obra y espectador puede no darse y por tanto perder su status de obra de arte: perder a su destinatario significa perderse a sí misma como obra de arte, dice la autora. Si bien este tipo de arte hace presente cosas que no se deben ver ni decir, se hace totalmente imprescindible efectuar la suspensión entre paréntesis de la afectividad. De esta manera obliga al espectador en los límites de su relación de intercambio a examinar la relación consigo mismo y de este modo conduce al correspondiente comportamiento defensivo frente al objeto estético, donde la libertad estética queda rechazada al nivel de la reacción emocional. Ahora en el juego estético con lo abyecto la afectividad se retira al nivel de una nueva re-subjetivización imposible ya de generalizar y que obliga a la fractura reflexiva que se adopta hacia lo estético en sí mismo.
La salida que Christiane Voss explica de esta frontera sobre la repugnancia pasa por el resultado vergonzante del juego estético con lo abyecto. En contraste con la repugnancia, la vergüenza, de índole también negativa, se mantiene vinculada a la mirada del espectador. Lo judicativo de la vergüenza apunta a toda desviación de conducta de tipo estética no ajustada: todo acto cotidiano estéticamente no aceptable, errores de comportamiento, deslices verbales, etc. Estas normas, explica, siempre son mantenidas y aceptadas al contrario de las que rigen las violaciones acometidas por lo repugnante. En general y para terminar explica que al arte abyecto como programa de desorientación categorial resulta muy recomendable para todo el que tenga excesiva confianza en sus juicios estéticos.