jueves, 4 de julio de 2013

'Sobre la transformación afectiva del juicio estético' Christiane Voss

La cineasta y profesora de filosofía Christiane Voss expone su ponencia en tres partes: la primera sobre el uso de las teorías estéticas filosóficas que plantean el tema del juicio como eje central, la experiencia estética donde las dimensiones afectivas del juicio estético fundan su propio valor estético. La segunda parte sobre el traslado de las teorías filosóficas hacia la exploración de los afectos posicionándose la autora contra el prejuicio epistemológico de que las formas de comprensión de un objeto o estado implica abandonar toda indagación estética. La tercera parte analizará desde dos registros afectivos como son la vergüenza y la repugnancia sus analogías hacia formas estéticas y no estéticas de la percepción y del juicio desde donde se hará patente que el arte no agota su potencial estético al provocar la reflexividad del propio planteamiento estético.

1. Sobre el uso de la estética de la experiencia

Comienza preguntando Christiane ¿qué es lo que constituye exactamente el dominio de objetos que supuestamente puede ser subsumido bajo la etiqueta de 'arte contemporáneo'?
además se pregunta cuál es el juicio y de quién que se supondría como paradigma para una teoría general al respecto, preguntas retóricas, dice, cuyas respuestas están dadas de antemano: por un lado medios y formas comparten en común su presencia en el mercado en cierto momento dado; por otro no existe un juicio estético en concreto que sirva para generalizar ya que no existen razones legítimas para ello. La estética filosófica no aspira a una tarea clasificatoria de las obras de arte o géneros sino a la descripción y explicación de los juicios estéticos y sus objetos desde sus condiciones y prácticas en sus aspectos formales, explica, distinguiendo de entre ellas formas estéticas y no-estéticas en la actividad del juicio que puedan supeditarse a construcciones lingüísticas dependiendo la descripción del objeto o quizás bajo estados como el de ensimismamiento o el de juego de la imaginación y cambios afectivos que como dice la autora son partes integrales de la actitud estética hacia el arte como tal.
El manifestarlos como juicios inherentemente corpóreos nos obliga a situarlos en una clase aparte. Tras La Crítica del discernimiento  o Crítica de la Facultad de juzgar de Kant la estética filosófica se ha orientado hacia las percepciones e interpretaciones donde como eje central se sitúa el placer, la sensación placentera donde las facultades del conocimiento se hayan desvinculadas de toda finalidad. Este desinterés produce un nuevo sujeto, un sujeto diferente en referencia a la subjetividad como tal. Este elemento que se traduce en componente somático termina por determinar el valor de lo estético aunque no todo impulso placentero asume esta función. Precisa de estar conformado de manera estética y estetizante y además dentro del marco social, cumpla como condición que esta atribución pueda ser compartible a todo sujeto que juzgue, es decir, su posibilidad común. Reconociendo así la posibilidad de errores de juicio supuestamente estéticos a causa de proyecciones y deseos psicológicos-subjetivos se abre la posibilidad de la contingencia de los fenómenos estéticos para la percepción y la experiencia estética dada la importancia central de la percepción individual, noción kantiana que podemos invertir desde la perspectiva del objeto estético, donde el propio objeto reclama para sí en su estructura lo que la autora llama el gesto de referirse a alguien elemento que es propio de la obra de arte como tal y que apela de un modo puramente formal y normativo a la posición vacía de un receptor que adopta una actitud de escrutinio hacia su aparición no siendo así únicamente meras referencias placenteras como sugería la tradición kantiana o como dice Christiane ellas mismas producen también referencias promiscuas que pueden ser ocupadas, en momentos diversos, por sujetos empíricos muy distintos.
De forma manifiesta se aprecia esta cuestión en performances como Grope and Grab Cinema de Valie Export donde un desorientado espectador deambula entre la violencia, el placer y la vergüenza más allá de un simple deleite. El gesto de referirse al sujeto mantiene su fuerza precisamente en que es el propio sujeto quien tiene que decidir lo que es indecidible, por ejemplo, adoptar una actitud estética o una actitud ética reflexiva.
Las teorías de estética filosófica se caracterizan en dos intuiciones elementales: la autonomía normativa junto con la imposibilidad de reducción del fenómeno estético como forma de acceder al mundo y por otro lado la necesariedad de la relación sujeto-objeto. Según esto, sigue la autora, lo estético no es demostrado desde su materialidad o por la significatividad de la obra de arte ni tampoco por la experiencia subjetiva: lo importante es liberar los vínculos con el mundo y la autorreflexividad del afecto del régimen de la disponibilidad racional-propositiva. La experiencia estética revoluciona el espacio que llena a través de la percepción transformando a su vez a la propia obra en un constructo sinestésico de significado apartando todo propósito y referencia empírica al mundo circundante dejándolos en segundo plano lo cual es rasgo de su autonomía y diferencia estéticas. Concluye la autora que en esta clase de experiencia estética no se pretende la clasificación lógica del discurso estético sino el desplazamiento afectivo de la forma asumida por el juicio dentro del fenómeno de la experiencia estética.

2. Transición a la teoría de las emociones: sobre la revisión del prejuicio epistémico y la estructura judicativa implícita de los afectos.

La estética de Kant define la estimulación emotiva en el contacto con un objeto con la categoría de placer reflexivo; los objetos nos afectan física y mentalmente y la imagen del mundo queda transformada bajo su influencia. La valoración respecto a ellos condiciona la evolución en desarrollo de nuestra afectividad que al ser argumentada mediante la crítica, la estructura del juicio palpable que podemos determinar como emociones, más allá de determinarse como meras sensaciones corporales llegan a alcanzar su status de estado afectivo cognitivo. Por ejemplo, ¿cómo saber qué emoción es apropiada según que situación? Necesitaremos paradigmas culturales aprendidos mediante la socialización, lo cual expresa la contingente adscripción de una emoción a la circunstancia donde se produce dependiendo de factores culturales, históricos e incluso biográficos individuales. Con Freud aprendimos que el inconsciente mantenía la estructura afectiva de manera velada y en funcionamiento lo cual mantenía circunstancialmente al sujeto sumido en un autoengaño sobre sí mismo. Esto invitaba a terceros a mantenerse como espectadores legítimos más allá del propio individuo en las cuestiones sobre sí mismo. Incluso propone la descomposición en elementos más básicos de la culpabilidad disolviendo ésta como recurso de ahorro energético psíquico y donde ya no cabe la disculpa, lo cual muestra que los propios estados emotivos también cambian al perder sus componentes su vinculo causal. Ante este juego entre componentes emocionales y judicativos que relacionamos con las propias emociones, Christiane propone que lo necesario para establecer una unidad emocional entre cambios cognitivos y físicos de distinto tipo dentro de una situación dada es el propio acto relevante de adscribir una emoción ya que en este tipo de adscripciones clasificamos distintos sentimientos, juicios y sentimientos prácticos a los que asignamos un mismo contexto narrativo de significación. Este carácter narrativo de la emoción trata sobre las constantes físicas (la alteración de latidos del corazón o incluso el impulso de huir dentro de una situación amenazante) que son parte de la gramática que interpretamos en estos rasgos físicos que así adquieren significación semiótica. Cada emoción se define con su centro narrativo representable mediante el componente judicativo. Que no percibamos estas narratividades como papel central en la construcción de emociones se debe generalmente a la rapidez con que conectamos sentimientos y situaciones en las que nos situamos. Los actos de adscripción son elemento central donde la unidad interna de las emociones se constituye al efectuar la interpretación narrativa al mismo tiempo que se tiene constancia de los cambios físicos y mentales. De este modo y según cada circunstancia adaptamos nuestra adscripción según los modelos aprendidos en la socialización que nos permite evaluar y clasificar cada experiencia ahora descontextualizada de sus funciones habituales y cotidianas. Esta absorción afectiva de los media y de las representaciones artísticas mediante contagio, reconocimiento y adscripción pueden afectarnos directamente a nosotros cerrando el círculo de intercambio recíproco solapando las cualidades de sujeto y objeto, algo que la tradición kantiana no admitiría donde el placer desinteresado y lo trascendental del sujeto general como requisitos fundamentales de la libertad de la experiencia estética choca con la valoración del bienestar subjetivo particular, a pesar de que esta última es el centro de toda afectividad. Es claro que ante representaciones ficticias el sujeto es capaz de distinguir entre realidad estética y realidad empírica y durante el trascurso de la representación no interfieren ni invaden el espacio donde se está representando violencia o brutalidad lo cual significa que es capaz de sentir placer ante situaciones pseudoamenazantes sin huir de ellas. Esto tiene mucho que ver con la operación de suspensión o puesta entre paréntesis (suspensión de la incredulidad dice la autora) de los supuestos relativos a la verdad que se presentan como ficciones a los cuales reaccionamos bajo un comportamiento como si fueran verdaderos. Dice Christiane que realmente lo que se pone entre paréntesis es la referencia final que reconduce nuestros estímulos emotivos estéticos a los intereses empírico-subjetivos es decir, la causa que llevaría a nuestro organismo a reaccionar frente a un objeto o situación que determináramos como totalmente real. Esto nos permite el disfrute de las performance repulsivas o avergonzantes al quedar los componentes cognitivos y emocionales atenuados participando del evento y trascendiendo nuestra subjetividad.

3. Repugnancia y vergüenza en la vida cotidiana vs. en la estética

Repugnancia y vergüenza son emociones intensas difíciles de evadir que permiten apreciar desde sus narrativas cómo los efectos de subjetivación se tornan en efectos de de-subjetivación y viceversa. La vergüenza pone en funcionamiento el mecanismo de defensa donde el yo quiere desaparecer, mientras que la repugnancia es también una reacción defensiva contra una influencia externa inmediata de manera que bajo la estela judicativa se produce una negación drástica de objetos. No obstante estas 'narrativas de disgusto' se han revalorizado en la transición de la estética tradicional de lo bello a la 'anti-estética'. Esta estética de shock y ruptura bien puede partir desde 1980 en Austria y el surgimiento del Anti-Heimatroman con la novela anti-kitsch de Thomas Bernhard o Josef Winkler; los filmes de Michael Haneke o las instalaciones y performances de Hermann Nitsch. En los 90 continúa la línea con lo que es conocido como 'arte abyecto' donde se dan las fotografías de cadáveres de Cindy Sherman como ejemplo paradigmático. No obstante estas obras no quedan bajo un encuadre de época determinada o medio artístico al uso. En defensa de su estatuto teórico el propio Nietzsche o Sartre explican la potencialidad de la repugnancia hasta el punto de convertirse en el sentimiento existencial dominante al que se atribuye una potencia cognitiva cada vez más distinguida y crítica al disgusto. Incluso la vida es vista bajo el prisma de la repugnancia y más allá repugnancia a uno mismo desde el momento en que todo contacto con el mundo circundante resulta ser contaminante motivando de esta manera la exclusión indiferenciada [de todo].
El propósito del arte abyecto no es rebasar los límites de la lógica de la repugnancia y en su visión no es lo repugnante el tema central sino más bien las dimensiones relegadas a la invisibilidad. Si bien su presencia provoca la reacción causa y efecto de estas emociones negadoras el arte abyecto juega en el ámbito del riesgo comunicativo, donde el intercambio entre obra y espectador puede no darse y por tanto perder su status de obra de arte: perder a su destinatario significa perderse a sí misma como obra de arte, dice la autora. Si bien este tipo de arte hace presente cosas que no se deben ver ni decir, se hace totalmente imprescindible efectuar la suspensión entre paréntesis de la afectividad. De esta manera obliga al espectador en los límites de su relación de intercambio a examinar la relación consigo mismo y de este modo conduce al correspondiente comportamiento defensivo frente al objeto estético, donde la libertad estética queda rechazada al nivel de la reacción emocional. Ahora en el juego estético con lo abyecto la afectividad se retira al nivel de una nueva re-subjetivización imposible ya de generalizar y que obliga a la fractura reflexiva que se adopta hacia lo estético en sí mismo.
La salida que Christiane Voss explica de esta frontera sobre la repugnancia pasa por el resultado vergonzante del juego estético con lo abyecto. En contraste con la repugnancia, la vergüenza, de índole también negativa, se mantiene vinculada a la mirada del espectador. Lo judicativo de la vergüenza apunta a toda desviación de conducta de tipo estética no ajustada: todo acto cotidiano estéticamente no aceptable, errores de comportamiento, deslices verbales, etc. Estas normas, explica, siempre son mantenidas y aceptadas al contrario de las que rigen las violaciones acometidas por lo repugnante. En general y para terminar explica que al arte abyecto como programa de desorientación categorial resulta muy recomendable para todo el que tenga excesiva confianza en sus juicios estéticos.


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