jueves, 22 de agosto de 2013

El juicio en el Arte Alexander García Düttmann

El profesor de filosofía y Cultura Visual de Goldsmiths College de Londres, Alexander García comienza su exposición sobre el juicio del arte relacionando juicio estético y el surgimiento de lo nuevo haciendo mención de la opinión de Deleuze acerca de que que todo juicio estético tiene un efecto preventivo, es decir, debe impedir, según explica, que aparezca algo nuevo, que se desarrolle una nueva forma de ser. “Si resulta tan repugnante juzgar, no es porque todo sea equivalente, sino por el contrario porque todo lo que vale solo puede hacerse y distinguirse desafiando el juicio” [1]


El que se dedique a juzgar debe transformarse en una suerte de sacerdote, dice, ya que todo juicio trunca lo nuevo y asfixia la vida, aunque solo esta clase de juicio reflexivo o estético en contraste al cognitivo del entendimiento es capaz de manifestarse liberando lo vivo en el placer producido por el libre juego de las facultades, manteniendo Deleuze, que se trata del único tipo de juicio verdadero. Analiza Deleuze la relación entre movimiento, tiempo e imagen argumentando sobre el juicio reflexivo kantiano. En su versión sobre la experiencia del tiempo intenta captar desde el concepto de lo sublime (y no desde el de belleza) la 'intensidad' del instante donde el tiempo sufre ruptura o dislocación y donde el orden temporal desaparece: el futuro se transforma en algo inminente mientras que el pasado se transforma en algo inmemorial. La intensidad que describe Deleuze se trata de una intensidad del instante como una intensidad vivida, de manera que contra su opinión podemos decir que no todos los juicios van contra la 'vitalidad' ni todos impiden la aparición de lo nuevo, caso que ocurre en el juicio estético. Como 'sentimiento de vida' el juicio estético es la expresión de una intensidad sentida, una expresión que no refleja simplemente el sentimiento de un individuo, sino más bien el sentimiento de un individuo en cuanto el sentimiento de todos, es decir, como el 'sentimiento de vida' mismo. “Esto es bello” significa “me siento lleno de vida” (sentimiento de índole no biológica según explica Jan Völker matizando) pero también “me siento a mí mismo y así es como se siente la vida”. De hecho este mismo sentimiento espera ser expansivo ya que como explica Alexander, cada vez que uno siente un 'así-es' en relación a alguna obra de arte, se siente la necesidad de compartir con otros esta intensidad sentida de manera que mi juicio ya no es un juicio privado, sino que una voz habla desde mi propia voz ahora compartida como voz universal. Así como subraya Stanley Cavell el problema sobre el juicio estético en la crítica del arte es cómo compatibilizar esta subjetividad en la universalidad de lo propuesto sin suprimirla. Se trata de una 'universalidad subjetiva' que exige que el juicio estético no busca una y otra vez la objetividad en el arte, pues la expectativa de que los otros estén de acuerdo se impone inmediatamente de manera que solamente cuando no existe acuerdo es cuando esta expectativa 'es puesta a prueba'. Entonces es cuando la subjetividad reclama la mayor atención en el asunto sea como 'interrogante o como problema' siendo transformada la actividad del crítico en una tarea o logro. Más que dar con algo en la obra, es como si mi juicio expresase más bien el hecho de que la obra de arte ha dado con algo, dice el autor, un algo no abarcable bajo un concepto o forma de conocimiento pero que la obra está señalando. Es así como la obra mantiene en libertad al pensamiento alejándolo de todo dogmatismo, diferenciando saber y arte, conocimiento e intensidad tanto en la creación como en la producción, cercano a un sentimiento espiritual de vida, dice Béatrice Longuenesse, expresión de la vivificación espiritual del que juzga.

¿Qué condiciones deben darse para que el juicio estético pueda ser la expresión subjetivamente universal de una intensidad sentida espiritualmente?
La experiencia a la que nos entregamos en la contemplación según Heidegger es una experiencia que nos 'demora', que nos absorbe, de modo que es ella misma la que nos demora lo cual también nos conduce a otra perspectiva donde esta misma demora nos lleva al anquilosamiento, al entumecimiento de una regularidad que petrifica. Por eso es precisamente por lo que se hace necesaria la novedad, algo nuevo que obligue a que la intensidad no decaiga y que se manifieste en la creación de una nueva obra, rompedora, que provoque un nuevo pensamiento y donde el juicio estético no tiene ningún efecto limitador. De este modo el juicio estético no fija ni determina nada sino que libera y descubre, no es un juicio que separa el arte bueno del arte malo sino la expresión de una intensidad que debe ser encauzada en el desarrollo de un argumento crítico. En cierta medida el juicio estético es este desarrollo mismo, dado que conlleva de por sí la expectativa de un asentir universal.
Explica entonces Alexander que de hecho el arte malo rehuye el juicio estético, y por tanto no es arte. Aunque una obra de arte perfectamente lograda y buena también puede ser llevada a su límite fronterizo donde el espectador se encuentre entumecido de 'excesivo funcionamiento de su propio juicio estético'. De este modo el juicio estético se enfrenta siempre al logro de un fracaso: en el arte el fracaso es inmanente al logro y al mismo tiempo lo amenaza. Por esto es por lo que no existe seguridad a la hora de localizar el arte y la obra de arte, la cual en el presente puede dar mucho y al mismo tiempo poco que pensar, dice, y posea un índice temporal y al pasar el tiempo muestre un aspecto previamente desconocido, permitiendo así al sujeto que la juzga de manera estética relacionarse con ella y participar en su acontecer.

¿Qué ocurre con la vitalidad y la novedad en la creación del arte? Recurre a la teoría sobre el genio de la Crítica del Juicio donde como explica Rancière se separan las razones del arte de las razones de la belleza para así otorgar al arte una autonomía como mundo propio. Sin embargo sería Hölderlin el que use el concepto de 'sentimiento de vida' en referencia a la vitalidad y la novedad en la creación: lo nuevo aparece en la libre imitación artística, dice, en la transición del ser al no-ser y del no-ser al ser en una especie de estado de sueño o como dice Heidegger el sueño trae la plenitud todavía no conseguida de lo posible y preserva el recuerdo idealizado de lo real. Al hablar Hölderlin de 'libre imitación artística' se refiere a que el artista recibe las reglas de su arte de la naturaleza y por tanto no de manera arbitraria ni convencional, explica, y será la propia práctica artística, con sus ajustes y correcciones la que desarrolle su facultad de juicio o como dice Clement Greenberg, el artista es un renovador reacio. En pleno sentimiento de vida, en el creador se manifiesta lo nuevo sin que desaparezca lo viejo, de manera que en la confrontación pueda producirse el 'sueño del arte' en el artista, y es claro que lo nuevo es lo que puede hacer que exista una sensación de lo viejo y es en este enfrentamiento donde se produce lo posible, explica Hölderlin, efectuando tanto la sensación de la disolución como el recuerdo de lo disuelto. En el 'momento' del acto creador donde perecer y surgir se juntan, es en este momento vital donde se da mucho más que eso: el 'sentimiento de vida total' ante la producción de lo nuevo. Resumiendo, dice Alexander, el acto creador tiene siempre una relación con lo que no es creador, e incluso con lo estéril y lo infecundo, con los momentos anteriores y posteriores a la creación, y por lo tanto con la muerte, el debilitamiento y la violencia aniquilante... Por esta razón se debe considerar el 'acto creador' como un juicio estético, como la expresión de un sentimiento de vida que como en Kant se abre y proclama una exigencia: no lo hace a través de la expectativa de que los demás estén de acuerdo, sino a través de la expectativa de que se cree algo y de que la obra de arte, lo nuevo, lo otro, se convierta en un 'individual nuevo'. Quien contempla una obra de arte y siente la intensidad que el juicio estético expresa, la vitalidad del 'sentimiento de vida', participa de un 'acto creador' sin el cual la obra no existiría. Estos juicios sobre el arte, en el arte y sobre el propio juicio son juicios estéticos, como bien determinaban Kant y Hölderlin y tratan sobre la expectativa de adhesión y de creación. Desde Kant el juicio estético es un juicio impuro, intencionalmente orientado al fin del arte, a su propia conciencia de arte. Asimismo sucede con el juicio del acto creador. Como ejemplo explica que al decir 'esto es bello' no significa "me siento lleno de vida" y además espero que los demás me apoyen sino que expresa una intensificación del sentimiento en ocasión del anuncio de lo 'infinito nuevo' y que significa más bien: "me siento lleno de vida y espero que se produzca algo nuevo a lo que me comprometo".

¿Qué ocurre ahora con el juicio en el arte producido, en la obra de arte que ya existe, en la obra creada? Siguiendo a Adorno, se cuestiona el compromiso de la obra, es decir,  sobre el contenido de mensaje en la obra, perspectiva que nos lleva a interrogarnos sobre la relación entre arte y política.

A continuación Alexander García pasa a analizar el cortometraje Joachim Gatti de Jean-Marie Straub que muestra al joven herido en una manifestación de Montrueil en el 2009 en un fotograma plano, Straub explica siguiendo el texto de  lo siguiente: Jean-Jacques Rousseau escribió... y lee este pasaje del 'Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres' 'No hay otra cosa que los peligros de la sociedad entera capaz de turbar el sueño tranquilo del filósofo y arrancarlo de su lecho” Straub añade: Y yo Straub, os digo que es la policía armada por el capital, es ella la que mata

Joachim Gatti de Jean-Marie Straub
De este modo la imagen se completa junto con los dos textos leídos que de este modo generan tensión. De todo esto se saca la conclusión de que el espectador no debe tener que preguntarse sobre qué es el capital o la burguesía y además cómo arma a la policía. No se trata de propaganda marxista. Solamente debería transmitirle el mensaje, hacer patente lo dicho, explica Alexander. Sin embargo el espectador plenamente influido y solidarizado con Joachim Gatti bajo la máquina militante de Straub sale a la calle indignado y reactivo, más aún si no desea ser un burgués o un traidor a su clase. Y esta es la plusvalía del arte, el hecho de que Straub conciba esta pequeña máquina militante expresada en un corto, diseñado para cumplir un fin extra-artístico uniendo arte y praxis social. Sin embargo, y como film concebido y comprendido como 'de artista' es también afuncional. El espectador es consciente de que se encuentra ante una obra artística y se relaciona con ella como si fuera 'naturaleza' al sentir placer ante una exhibición que no cumple función alguna. Así se da esta doble vertiente funcional-afuncional que se desmontan la una a la otra, como forma política y como obra de arte.

No hay pues juicio en el arte, en la obra creada, termina diciendo el ponente, que pueda franquear totalmente el abismo que se abre entre el arte y su exterior, la sociedad.

[1] Gilles Deleuze, 'Para acabar de una vez con el juicio', Cŕitica y clínica. Anagrama. 1996.



lunes, 5 de agosto de 2013

"Una audiencia precaria: sobre la tensión entre esfuerzo e indolencia del juicio en la performance contemporánea" Bojana Kunst


La ponencia de Bojana Kunst, desde la perspectiva de la filósofa y teórica de la performance enfoca su interés sobre los eventos artísticos contemporáneos (especialmente las artes visuales) y se centra en las capacidades de la audiencia. Establece antes de comenzar la premisa de que toda audiencia es activa y hace mención sobre la admisión general que se produce sobre la existencia de una asamblea comunitaria antes de la performance e incluso de que la activación de la audiencia dependa de la particular intención estética de la obra artística la cual debe guiar y movilizar al público. Rancière ya mostró esta cuestión sobre la división de capacidades en las falsas similitudes entre el ver y la pasividad, el conocer y la actividad, la participación y la emancipación [1]. La participación se suele equiparar a la libertad de compartir algo que tenemos (en común) mientras que las posiciones pasivas se relacionan a la reclusión y el aislamiento, según explica, separación falsa entre actividad y pasividad ya que la participación social actual solamente admite la libertad de elegir pero no la libertad de cambiar. Podemos seleccionar una posición más individualizada y aislada eligiendo distintos modos de vida pero sin posibilidad de que se produzca ningún cambio. Uno tiene que estar siempre en acción y transformarse constantemente en agente activo de los espectáculos políticos y económicos sin permanecer como mera posibilidad silenciosa y terca de lo que podría llegar a ser. ¿No prefieren paradójicamente los que nos gobiernan ver participación a ver silencio?, se pregunta la autora. El silencio respondido desde la perspectiva ranceriana se define no como pasividad sino como silencio contra la imposición de activarse continuamente, contra la presión de ser siempre activos y actualizados. Así pasa a analizar como primer punto el debate sobre la participación, sobre la capacidad participativa y cómo juzgar el arte según esa capacidad; como segundo punto cuál es la posición del arte en los procesos emancipadores y políticos de la sociedad actual donde la audiencia juega un rol de gran importancia.

1. En lo eventos performativos, dice, es la capacidad de la audiencia la que constituye el evento mismo. Gracias a la activación de la audiencia es posible la realización del evento. Dentro de las capacidades asignadas a la audiencia en eventos de este tipo destaca el esfuerzo social, afectivo y lingüístico. Hablar de 'esfuerzo' hace mención al trabajo del público como valor añadido al colocar el evento en primer plano y tomar parte al activar sus capacidades en la constitución del público del museo contemporáneo. Al artista le situamos en la posición intermedia entre el investigador social y el experimentador cognitivo, dice Bojana, donde su trabajo es gestionado por la institución artística al generar lo que define como 'espacio público temporal'. Reflexiona la autora al cuestionar sobre si lo que realmente se está produciendo son procesos emancipadores o se trata de procesos de explotación concretos. Y es que la audiencia de arte contemporáneo ya no se organiza mediante un dispositivo concebido para la percepción visual -mirada visual y pasiva- y tampoco es reconocible como una comunidad organizada de personas o una totalidad representativa de una identidad específica. Los grupos de la comunidad pueden aparecer o desaparecer mediante pactos, decisiones, etc: es una suma de observadores que al activarse deciden según su posición autónoma. La audiencia es más bien una suma desorganizada y de desacuerdos que una sima de pensamientos fragmentarios de las obras. El museo, dice, no aúna visiones sino que dispersa sus efectos.

Dentro de la producción estética es posible descifrar la potencialidad humana que se refleja dentro de la experiencia social del evento performativo, incluso a riesgo de resultar fragmentario, fugaz o precario y que el artista es capaz de recrear con su obra que el público ejecuta. Las instituciones artísticas se reinventan como nuevas fuerzas productivas que convierten todo lo que tocan no solo en cultura sino también en una manifestación de socialidad. Sugiere que lo reinventado quizás sea el propio público, afectado por los ensayos y experimentaciones que se efectúan a cobijo de la institución. Dice Hito Steyerl que el museo es un espacio para la producción, para la explotación; se trata del museo-factoría donde las formas de socialidad se crean por el esfuerzo comunicativo y afectivo de su público. Esta manera de implicar comportamentalmente al público es lo que determina a estas instituciones como lugares de producción, explica Bojana, buscando el paralelismo sobre presentaciones fordistas, en lugares de producción propios incluso, y donde los 'obreros' nunca abandonan la fábrica parafraseando la película Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir de 1985




Cuando estos 'trabajadores' regresan al museo ( visto como planta fordista) se dan eventos como el presentado por Santiago Sierra Línea de 250 cm tatuada sobre 6 personas remuneradas


donde los trabajadores esta vez ilegales, sin papeles, refugiados, etc provocan en la socialidad la responsabilidad y la repulsa entre el público que acude a esta clase de eventos. Aunque lo cierto, como explica Bojana, pocas veces crea un antagonismo que ponga en peligro la institución donde se produce y arruine la producción del publico.



Las propias obras de arte no solamente se constituyen como actos de socialidad sino que ellas mismas indagan en esta misma socialidad y su carácter relacional, como ya apreciaba Bourriaud, salvo que el análisis no toca la cuestión sobre la 'explotación' del esfuerzo social que se invierte para constituir la audiencia. La socialidad no es, por tanto, emancipadora a priori (o política, en el sentido que le da Bourriaud), sino que puede formar parte de la explotación, como ocurre en otros procesos propios del modo de trabajo postfordista. La relación que origina el arte no solamente trata de nuevas formas de reciprocidad entre espectadores y objetos sino más bien entre espectadores y espacios, como explica Irit Rogoff, y es más, se reinventa el intercambio y la participación colaborativa del visitante que a pesar de la fuerza experimentada por el evento nunca llega a ser una experiencia completa ni auténtica; ni siquiera personal sino que se trata de una experiencia social de un evento que debe fluir y ser compartida sin fin, que ya pertenece al flujo de su economía. Por esta simple razón, dice Bojana, en un evento de arte contemporáneo la experiencia debe ser aleatoria, temporal y no vinculante mientras el visitante a menudo experimenta y comparte la vivencia sin ningún sentimiento de incumbencia ni responsabilidad.
Destaca la autora que tras el evento de arte se da también la producción de su documentación. La constitución de vida pública, explica, se transforma en documento que otros contemplan en diferentes contextos expositivos lo cual explica la circulación de estas obras de manera universal.

Toda la energía e inversión afectiva del evento no salen del museo ni trascienden al público participante. Si el museo o espacio de arte se ha constituido como espacio social es necesario analizar si el cambio de socialidad en la esfera del arte abre posibilidades políticas emancipatorias o si es la institución un lugar 'museo-refugio' de procesos evanescentes y posibilidades de vida. Explica la autora el paralelismo entre la explotación originada en lo eventos de arte y los procesos generales y de subjetivación del capitalismo actual junto con la formación de comunidades que le son propias: apropiación de las fuerzas afectivas, la potencialidad y las habilidades lingüísticas humanas. Respecto al problema de la subjetividad destaca lo siguiente: la audiencia viene a ser como un trabajador autónomo que hace uso de sus habilidades sociales, cognitivas y afectivas del modo postfordista, dice, necesitamos obtener cierta autonomía para ser explotados.
Lo cierto es que raramente se establece una alianza política duradera tras la participación en estos eventos que resultan ser situacionales, abstractos y efímeros que terminan por constituir una socialidad discontinua, una relación sin obligaciones ni cargos de hacer algo dice la autora. El museo-factoría en su perspectiva de espacio social da lugar a una esfera pública paradójicamente sin público alguno, espacio que precisamente denota la ausencia de dicho publico como explica Paolo Virno. El artista otorga la autonomía al público que se acerca al evento para su propia explotación facilitando la comunicación y la compartición que terminan por conformarse en ejercicios de injuria social y explotación de las formas sociales.

2. La institución de arte ha capturado la energía vital de la masa para crearla como 'público', para transformarla en fuerza pública (social e incluso política, dice) y a los asistentes se les invitará a manifestar sus propias capacidades. En muchas obras actuales se da una falsa similitud entre la activación de la audiencia y el 'público' cuando sucede que el espectador reúne ambas condiciones. Es lo que menciona Rancière en El espectador emancipado sobre los lugares problemáticos y sobre la reforma del teatro capaz de reunir o anular las separaciones del lugar del público y del escenario logrando una comunidad inseparable. Al activar a la audiencia y mediante la manifestación de sus capacidades se desvanece su separación de la obra artística, lo que supone una experiencia 'comulgante del arte' del tipo platónico donde los objetos son asignados a su lugar correcto, a su lugar comulgante. Sin embargo, resulta interesante advertir que esa experiencia compartida de la obra es solo posible cuando la obra misma se desvanece, cuando el evento artístico se transforma en pura manifestación de una socialidad precaria que no puede ser juzgada (¿conforme a qué criterio juzgarla?) sino solo disgregarse continuamente, acumularse y compartirse como una experiencia inmaterial de relación y capacidad social. Concluye por tanto notando la dificultad de precisar un criterio sobre el juicio respecto a estas activaciones de la audiencia; aunque la ponencia pueda suponer una tentativa de juicio, éste siempre debe ir ligado a la condiciones sociales y culturales y no tanto con la situación que plantea el evento. Actuamos y conocemos como espectadores que vinculan lo que ven con lo que han visto o han dicho, hecho o soñado. La obra es un término material intermedio respecto a la que constantemente se está produciendo un proceso de negociación arduo o frívolo, así, el problema del desvanecimiento de la separación entre la audiencia y el trabajo y la equiparación de audiencia y público diluye la posibilidad de juzgar y en ese sentido favorece la transformación de nuestras capacidades sociales en mera camaradería espectacular.

John Cage describe el proceso mencionado por Bojana en su obra 4.33



dice, la interpretación debería dejar claro al oyente que la audición de la pieza es su sola acción -que la música, por decirlo así, es más suya que del compositor.
La capacidad de escuchar no es un gesto social sino un componente estético de la propia obra. Es por eso que falsamente se equipara un lugar común entre audiencia y público a causa de las capacidades compartidas ante el evento cuando realmente la audiencia debe entenderse como separada del público el cual debe verse como posibilidad de intentar nuevas 'aventuras' sobre cómo recrear una comunidad desde el parámetro de la separación.

[1] El espectador emancipado, Castellón, Ellago, 2010