“El sujeto empírico sólo participa de una manera limitada y modificada en la experiencia artística en tanto que tal; esa participación se reduce cuanto más alto es el rango de la obra. Quien disfruta de las obras de arte de una manera concretista es banal; expresiones como ‘un regalo para los oídos’ lo delata. Si se extirpara la última huella de disfrute, causaría desconcierto la pregunta de para qué existen las obras de arte. De hecho, se disfruta de las obras de arte tanto menos cuanto más se entiende de arte”
La obra en sí misma conforma un mundo propio por el que el sujeto se deja afectar. Así es como el individuo se ve reducido ante la obra, una obra que le sobrepasa trascendentalmente y que impone su propia normatividad y direccionalidad, es decir, del individuo hacia ella. Disfrutar del aspecto meramente formal de la obra, en su aspecto material no conduce a la trascendencia. Expresiones como ‘es un regalo para los oídos’ delata el sentimiento, única posibilidad de desciframiento según Wittgenstein, delatan la búsqueda emocional de la obra que termina así cosificada en pos de dicha busca de placer. Este interés provoca la cuestión sobre qué clase de sujeto está detrás en la contemplación y que se deja entrever en la pregunta: ¿para qué sirve entonces el Arte? De igual modo la explicación sobre las obras vistas, éstas desde una perspectiva concretista, también terminan cosificándola y la alejan de la vivencia estética que impone su propio mundo.
“… La persona que tiene esa relación genuina con el arte (habla del artista) en la que ella misma desaparece no ve en el arte un objeto; le resultaría insoportable que le privaran del arte, cuyas manifestaciones no son una fuente de placer para ella. Por supuesto no se ocupa del arte quien (como dicen los burgueses) no le saca algún beneficio, pero esto no es tan verdadero como para hacer un balance: esta tarde he escuchado la Novena Sinfonía; he tenido tanto placer; esta estupidez se ha establecido entretanto como sentido común”.
El artista sin embargo mantiene una relación de identidad con su obra; el mundo configurado por la obra es el resultado de la representación del que él mismo es transmisor. El mundo de la obra trasciende al propio artista y mantiene incluso cierta distancia respecto a él. La obra por sí misma tiene su propia visión de su hacedor, de este modo, el artista desparece y comprende que su creación, que es creación en sí, no es un mero objeto. Al ser un acto íntimo y necesario la obra se construye como expresión, más allá de la búsqueda de placer, de dolor, el artista expresa y es este acto el que le conduce a su horizonte vital, a su razón de ser. En contraste a esta perspectiva se da la reproducción. El arte debe servir para algo, debe dar placer, es conminado a convertirse en un utensilio que encierra su funcionalidad. Así es degradado al reino de lo útil, de lo culturalmente práctico al servicio del mercado, sino económico, sí al mercado intelectual. Habita de este modo en la cotidianeidad del ‘sentido común’. De lo que se siente en comunidad, una comunidad absorbida por el capitalismo donde todo tiene un precio o donde todo al menos es intercambiable. La comunidad no es algo ajeno, ente abstracto al que nunca pertenezco; se trata de lo que conocemos diariamente; está cercana, al lado, es la de cada día, la que traslada sus hábitos cotidianos a todo con lo que entra en relación y también en este caso al terreno del arte.
“No se admite la humillante diferencia entre el arte y la vida, que ellos quieren vivir y en la que no quieren ser molestados porque de lo contrario no soportarían el asco: ésta es la base subjetiva para la inclusión del arte entre los bienes de consumo mediante los vested interests”
El valor del arte en el mercado es obvio, ¿qué tiene que ofrecer? vende sensaciones, emociones, mundos imposibles, placer, dolor, artificio; su utilidad pasa por la necesidad del espectador. Su cualidad abstracta le permite intercambiarse por cualquier estado necesario que precise el que la contempla. Así el mundo de la obra, precisamente por ser totalidad desprende la posibilidad de ofrecer cualquier aspecto necesario que demande quien lo observa. Este es su valor de cambio, de ser cambiada, modificada, convertida a hecho reproducido de sí misma en un mundo artificial a la venta. No se vende totalidad sino aspectos de la totalidad dentro de un mercado que precisa realidades paralelas sin ánimo de verdad. Así se superan los estados de repulsión hacia lo cotidiano. Es paradójico que en la búsqueda de una verdad real a causa del modelo artificial al que habitualmente estamos acostumbrados se termine ‘inventando’ otro modelo igual de artificial que el anterior de donde se parte.
Vested interest: “es una razón especial para querer que las cosas sucedan de una manera particular, ya que se beneficiarán de esta” Macmillan Dictionary. El arte ahora es algo no contingente sino inmediato y muy posible. Algo cercano y manejable que se pone al servicio de la razón comunitaria y su ‘sentido común’ artificial pero que parte de premisas subjetivas donde se originan las demandas personales. El arte reproducido ahora es objeto de consumo, intercambiable en moneda si es vendible, permutable en funcionalidad emocional.
“En las mercancías culturales se consume su ser-para-otro abstracto pero en verdad no son para los otros; al seguir la voluntad de los otros, les engañan”
La industria cultural oferta productos que pasan por ser bienes de consumo demandables precisamente por que los individuos no los poseen. El ser en sí precisa aspectos para totalizarse que busca en el ser-otro: aquí es donde la obra de arte se ofrece en su direccionalidad como ser-para-otro; su razón de ser habitual es estar ahí, ser presencia y como mundo en totalidad, mostrarse tal cual. Pero su facticidad no es material sino abstracta debido la variedad de perspectivas que puede ofrecer dependiendo del espectador. Si existe como indeterminación, como ser impreciso no es porque sea esa su naturaleza sino porque el contemplador lo requiere para poder dejarse afectar por el mundo de la obra. El problema surge cuando se vulnera ese espacio de totalidad y se establece bajo el ‘sentido común’ una verdad compartida pero que no refleja la totalidad que desprende la obra. Entonces se da el problema de lo que llamo ‘adherencia’; entregar bajo la ley de mi intuición mi propia voluntad a las de los otros como un acto puramente estético. No tener certeza del engaño y seguir la tendencia habitual de igualar criterios incluso a costa de acallar los del propio sujeto. Así se produce la vivencia del arte de reproducción en contraste con la vivencia de la Obra de Arte. El arte reproductivo sólo puede ofrecer estados tan artificiales como su propia naturaleza y así provocar vivencias tan cosificadas como las de la voluntad general, según dice, la voluntad de los otros.
Al mismo tiempo se presenta una obra de arte sin atributos ni cualidades particulares. Puede ser lo que el espectador desee. Lo que proyecte sobre ella, de manera que la obra también pierde su direccionalidad y se convierte en el mundo del que la contempla dejando de ser ella misma:
"La obra de arte queda descualificada al ser presentada como tábula rasa de las proyecciones subjetivas. Los polos de su desartifización son que la obra de arte se convierte en una cosa más y en un vehículo de la psicología del contemplador. Lo que las obras de arte cosificadas ya no dicen lo sustituye el contemplador mediante el eco estandarizado de sí mismo que él percibe en ellas. La industria cultural pone este mecanismo en movimiento y lo explota. Hace aparecer como cercano a los seres humanos, como perteneciente a ellos, a aquello de lo que habían sido privados y de lo que al ser restituido disponen de manera heterónoma" 'Teoría Estética' Th. W. Adorno
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